quarta-feira, 4 de novembro de 2009

A veces nos encontramos cara a cara con los fantasmas del pasado, de toda la vida, de todas las vidas, y nos damos cuenta del sabor amargo que nos dejan en la boca, porque uno quisiera ver ese fantasma destruido, acabado, viejo, cansado, maloliente, abandonado infeliz, culpado y por el contrario nos deparamos con un jovial fantasmita, casi adolescente, con sonrisa sarcástica en la boca, con actitud de..... no ha pasado nada, soy un fantasma cojonudo, tengo una conciencia metida en el fondo del bolsillo y no me molesta.

Me alegro, tanto, ya no me importan los fantasmas.